He oído muchas veces que cada cual vive su propia fiesta dentro de una fiesta que es de todos. He repasado la crónica día a día de cosas que llevan muchos años repitiéndose y ahora que  disfruto de esta historia que Miguel Bergasa plantea como un relato lineal de los actos y escenarios en que las fiestas discurren, me atraviesan unas imágenes en las que resplandece el sentimiento de pertenencia a una comunidad, a una gente que en esos días está dispuesta a ser con los demás, a brindar por lo colectivo en la mejor de sus vertientes; el compañerismo y la alegría.

 

     Puede que no todo el mundo lo entienda así y que haya otras versiones, pero yo creo que la actitud de Miguel es apostar por esos valores y  que lo hace de forma serena y sabia.

     Retrata la estatua de San Fermín, los niños corriendo y gritando sorprendidos por los kilíkis; los gaiteros, el revuelo risueño de la comparsa y la solemnidad de las ingenuas figuras de los gigantes llenando de sonrisas las calles del casco viejo.

     La procesión y su octava, los músicos de la Pamplonesa, los portaestandartes, curas y sacristanes, los concejales y timbaleros, los dantzaris. No hay jerarquías en la mirada del fotógrafo, solo una excepción en las doloridas caras de Yolanda Barcina y Jose Luis  Diez tras conocer el asesinato de José Javier Múgica en Leiza. Hay sin duda una parte de crónica  en esta fotografía -nobleza obliga- pero lo que subyace en prácticamente todas las demás, es la querencia de trascender lo contingente y fijar para siempre la imagen de unos acontecimientos que miles de personas viven con intensidad.

    Habla luego de dormir en la calle, de haber bebido, de gente con ganas de pasarlo bien, de extranjeros pintorescos, de músicos locales y grupos folklóricos en busca de sustento, de las bandas de música popular, de las estatuas vivientes con un platillo para que dejes algo, de los gordos y los flacos, de los ajos y el baile de la alpargata, de cierta desinhibición callejera y de perder un poco el  sentido del ridículo. Todo retratado con una mirada humanista en composiciones sobrias y ordenadas que tratan con respeto a los fotografiados y establecen con ellos una amable complicidad.

      Luego viene el latigazo del encierro.

     Todo lo previo a él, la atención expectante, la emoción reprimida, la presión, el empuje, el miedo, el estallido. Los toros y su peligro, los toros y su belleza, los toros y su fuerza. La fugacidad, la exaltación, el fragor de las carreras, la posible presencia de la herida y de la muerte. El largo aliento retenido, la angustia y casi siempre, el alivio final.

     En el encierro txiki, los niños que quieren crecer y estirar su edad hasta hacerse dueños de si mismos. También las corridas de toros y pasar un rato en las barracas por tomar nota de todo lo que rodea las fiestas. El torico de fuego con sus chispas inocentemente peligrosas, la magia de los fuegos artificiales que llenan la noche de luces vivísimas y por último el pobre de mí, la ceremonia en que las velas encendidas  quieren iluminar los días de fraternidad que han pasado y ya se desea que vuelvan.

     Miguel Bergasa nos ha hecho recorrer con él las fiestas de San Fermin con unas fotografías hermosas y solemnes en las que resplandece la vida.

     Nada de gritos ni sensacionalismo y siempre respeto y afecto.

     Crónica atemporal de alguien que vive la fiesta en profundidad, sin aspavientos. Fotos que no tienen edad, documento de hace años y de los sanfermines que ya están llegando. Una sentida carta de amor a su ciudad.

                                               Pedro Salaberri

 

 

Fotografias © Miguel BERGASAcreado en Bluekea